John 21

APÉNDICE

Aparición junto al mar de Tiberíades

1Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a los discípulos a la orilla del mar de Tiberíades
1. Por mandato del Señor, los apóstoles habían ido a Galilea. Véase Mt. 28, 7.
. He aquí cómo:
2Simón Pedro, Tomás, llamado Dídimo; Natanael, el de Caná de Galilea; los hijos de Zebedeo, y otros dos discípulos, se encontraban juntos. 3Simón Pedro les dijo: “Yo me voy a pescar”. Le dijeron: “Vamos nosotros también contigo”. Partieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. 4Cuando ya venía la mañana, Jesús estaba sobre la ribera, pero los discípulos no sabían que era Jesús. 5Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tenéis algo para comer?” Le respondieron: “No”. 6Díjoles entonces: “Echad la red al lado derecho de la barca, y encontraréis”. La echaron, y ya no podían arrastrarla por la multitud de los peces. 7Entonces el discípulo, a quien Jesús amaba, dijo a Pedro: “¡Es el Señor!” Oyendo que era el Señor, Simón Pedro se ciñó la túnica —porque estaba desnudo— y se echó al mar. 8Los otros discípulos vinieron en la barca, tirando de la red (llena) de peces, pues estaban solo como a unos doscientos codos de la orilla. 9Al bajar a tierra, vieron brasas puestas, y un pescado encima, y pan
9. Santo Tomás de Aquino opina que en esta comida, como en la del Cenáculo (Lc. 24, 41-45) y en la de Emaús (Lc. 24, 30), ha de verse la comida y bebida nuevas que Jesús anunció en Mt. 26, 29 Lc. 22, 16-18 y 29-30. Otros autores no comparten esta opinión, observando que en aquellas ocasiones el Señor resucitado no comió cordero ni bebió vino, sino que tomó pescado, pan y miel, y que, lejos de sentarse a la mesa en un banquete triunfante con sus discípulos, tuvo que seguir combatiéndoles la incredulidad con que dudaban de su Redención (cf. Lc. 24, 13; Hch. 1, 3 y notas).
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10Jesús les dijo: “Traed de los peces que acabáis de pescar”. 11Entonces Simón Pedro subió (a la barca) y sacó a tierra la red, llena de ciento cincuenta y tres grandes peces; y a pesar de ser tantos, la red no se rompió. 12Díjoles Jesús: “Venid, almorzad”. Y ninguno de los discípulos osaba preguntarle: “¿Tú quién eres?” sabiendo que era el Señor. 13Aproximose Jesús y tomando el pan les dio, y lo mismo del pescado. 14Esta fue la tercera vez que Jesús, resucitado de entre los muertos, se manifestó a sus discípulos.

El primado de Pedro

15Habiendo, pues, almorzado, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que estos?” Le respondió: “Sí, Señor, Tú sabes que yo te quiero”. Él le dijo: “Apacienta mis corderos”
15 ss. Las tres preguntas sucesivas quizá recuerdan a Pedro las tres veces que había negado a su Maestro. Jesús usa dos veces el verbo amar (agapás me) y Pedro contesta siempre con otro verbo: te quiero (filo se). La tercera vez Jesús toma el verbo de Pedro: me quieres (filéis me). También usa el Señor verbos distintos: boske y póimaine, que traducimos respectivamente apacienta y pastorea (así también de la Torre), teniendo el segundo un sentido más dinámico: llevar a los pastos. En cuanto a corderos (arnía) y ovejas (próbata) —el probátia: ovejuelas, que algunos prefieren la segunda vez, no añade nada (cf. Pirot)— indican matices que han sido interpretados muy diversamente. Según Teofilacto, los corderos serían las almas principiantes, y las ovejas las proficientes. Según otros, representan la totalidad de los fieles, incluso los pastores de la Iglesia. Pirot hace notar la relación con el redil del Buen Pastor (10, 1-16; cf. Ga. 2, 7-10). El Concilio Vaticano, el 18 de julio de 1870, invocó este pasaje al proclamar el universal primado de Pedro (Denz. 1822), cuya tradición testifica autorizadamente S. Ireneo, obispo y mártir. Ello no obstante es de notar la humildad con que Pedro sigue llamándose simplemente copresbítero de sus hermanos en el apostolado (1 Pe. 5, 1; cf. Hch. 10, 23 y 26 y notas), a pesar de ser el Pastor supremo.
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16Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Le respondió: “Sí, Señor, Tú sabes que te quiero”. Le dijo: “Pastorea mis ovejas”. 17Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que por tercera vez le preguntase: “¿Me quieres?”, y le dijo: “Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que yo te quiero”. Díjole Jesús: “Apacienta mis ovejas”.

Sobre Pedro y Juan

18“En verdad, en verdad, te digo, cuando eras más joven, te ponías a ti mismo el ceñidor, e ibas adonde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás los brazos, y otro te pondrá el ceñidor, y te llevará adonde no quieres”
18 s. A raíz de lo anterior Jesús profetiza a Pedro el martirio en la cruz, lo que ocurrió en el año 67 en Roma, en el sitio donde hoy se levanta la Basílica de S. Pedro. Cf. 2 Pe. 1, 12-15. Véase 13, 23 y nota.
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19Dijo esto para indicar con qué muerte él había de glorificar a Dios. Y habiéndole hablado así, le dijo: “Sígueme”. 20Volviéndose Pedro, vio que los seguía el discípulo al cual Jesús amaba, el que, durante la cena, reclinado sobre su pecho, le había preguntado: “Señor ¿quién es el que te ha de entregar?” 21Pedro, pues, viéndolo, dijo a Jesús: “Señor: ¿y este, qué?” 22Jesús le respondió: “Si me place que él se quede hasta mi vuelta, ¿qué te importa a ti? Tú sígueme”
22 s. S. Agustín interpreta este privilegio de Jesús para su íntimo amigo, diciendo: “Tú (Pedro) Sígueme, sufriendo conmigo los males temporales; él (Juan), en cambio, quédese como está, hasta que Yo venga a darle los bienes eternos”. La Iglesia celebra, además del 27 de diciembre, como fiesta de este gran Santo y modelo de suma perfección cristiana, el 6 de mayo como fecha del martirio en que S. Juan, sumergido en una caldera de aceite hirviente, salvó milagrosamente su vida. Durante mucho tiempo se creyó que solo se había dormido en su sepulcro (Fillion).
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23Y así se propagó entre los hermanos el rumor de que este discípulo no ha de morir. Sin embargo, Jesús no le había dicho que él no debía morir, sino: “Si me place que él se quede hasta mi vuelta, ¿qué te importa a ti?”

24Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero
24. Este v. y el siguiente son el testimonio de los discípulos del evangelista, o tal vez de los fieles [de Éfeso] donde él vivía.
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25Jesús hizo también muchas otras cosas: si se quisiera ponerlas por escrito, una por una creo que el mundo no bastaría para contener los libros que se podrían escribir
25. El mundo no bastaría: la Sabiduría divina es un mar sin orillas (Si. 24, 32 y nota). Jesús nos ha revelado los secretos que eternamente oyó del Padre (15, 15), y tras Él vendría Pablo, el cual escribió tres décadas antes que Juan y explayó, para el Cuerpo místico, el misterio que había estado oculto por todos los siglos (Ef. 3, 9 ss.; Col. 1, 26). Quiso Jesús que, por inspiración del Espíritu Santo (15, 26; 16, 13) se nos transmitiesen en el Evangelio sus palabras y hechos; no todos, pero sí lo suficiente “para que creyendo tengamos vida en su nombre” (20, 30 s.; Lc. 1, 41. Sobre este depósito qué nos ha sido legado “para que también nos gocemos” con aquellos que fueron testigos de las maravillas de Cristo (1 Jn. 1, 1-4), se han escrito abundantísimos libros, y ello no obstante, Pío XII acaba de recordarnos que: “no pocas cosas... apenas fueron explicadas por los expositores de los pasados siglos”, por lo cual “sin razón andan diciendo algunos... que nada le queda por añadir, al exégeta católico de nuestro tiempo, a lo ya dicho por la antigüedad cristiana”. Que “nadie se admire de que aún no se hayan resuelto y vencido todas las dificultades y que hasta el día de hoy inquieten, y no poco, las inteligencias de los exegetas católicos, graves cuestiones”, y que “hay que esperar que también estas... terminarán por aparecer a plena luz, gracias al constante esfuerzo”, por lo cual “el intérprete católico... en modo alguno debe arredrarse de arremeter una y otra vez las difíciles cuestiones todavía sin solución”. Y en consecuencia el Papa dispone que “todos los restantes hijos de la Iglesia... odien aquel modo menos prudente de pensar según el cual todo lo que es nuevo es por ello mismo rechazable, o por lo menos sospechoso. Porque deben tener sobre todo ante los ojos que... entre las muchas cosas que se proponen en los Libros sagrados, legales, históricos, sapienciales y proféticos, solo muy pocas cosas hay cuyo sentido haya sido declarado par la autoridad de la Iglesia, y no son muchas más aquellas en las que sea unánime la sentencia de los santos Padres. Quedan, pues, muchas otras, y gravísimas, en cuya discusión y explicación se puede y debe ejercer libremente la agudeza e ingenio de los intérpretes católicos” (Encíclica “Divino Afflante Spíritu”, septiembre de 1943).
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